20 de mayo de 2010
Rarito
Esta vez mi lugar en el último vagón del subte, ahí donde se ven las vías estaba ocupado. Era un lugar para tres y estaba ocupado por una familia compuesta por mamá, papá y el nene. Digamos que el nene era bastante grandecito, seguro rondaría los 17 o 18 años y estaba en mí lugar. Pero no era mi molestia de que así sea lo que me llevó a mirarlo. Tenía la nariz pegada al vidrio, mirando estupefacto cómo el motorman se encargaba de abrir las puertas con una simple llave. Cada vez que lo hacía, el chico exclama un "guauuuu" y abría bastante los ojos. El subte se empezaba a llenar y me di cuenta que no era la única persona que lo observaba, pero sí era la persona que no lo juzgaba por ese motivo con la mirada. Con el simple hecho de mirar las expresiones de las caras de las personas o sus ojos, uno se da cuenta de lo que piensan en ese momento, y eso me molestó mucho. Lo miraban como "bicho raro" o como diciendo "debe tener problemas mentales". Era una mirada despectiva. Y lo peor de todos es que era objeto de todas las miradas. Entonces pensé: nadie se puso a pensar que tal vez era la primera vez que subía a un subte? de que no pertenecía a la gran metrópolis? o que se sorprendiera de una cosa tan simple que a la mayoría de los que vivimos en la Capital pasamos por alto? No lo podía creer. Me indignó saber que se juzga a aquello "raro" cuando ni siquiera podemos darle una definición a ese sustantivo.
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