Este post va dedicado especialmente a aquellas viejitas que, no se si es por presentimiento, por brujas o porque tienen sensores en la nuca, te obstruyen el camino cuando uno siempre está apurado. Pero en si, no vamos a culpar solamente a estas ancianas divinas, sino a aquellos pavotes que se quedan en mitad de la vereda haciendo Dios sabe qué. Mirando una vidriera, revisando el bolso, y lo peor de todo que puede hacernos estallar de los nervios: hablando por celular. Es increíble como se contornean al compás de uno. Si se toma el camino de la derecha, se corren para ese lado; si lo hacemos para la izquierda, lo mismo. Aunque hay algo que verdaderamente molesta, sobre todo por las veredas angostas que podemos encontrar en la Capital, y es cuando se ponen en el medio. Y seguramente es ridícula la situación por la que uno trata de ganar un lugarcito como si fuera una carrera de Fórmula 1. Tal vez las veredas deberían tener indicadores de dirección como las bicisendas.
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